viernes, 1 de julio de 2011

Artículo publicado en el boletín de aniversario de PISO 3

OTRAS REFLEXIONES ACERCA DE LA IMPROVISACIóN

Ciertamente, tratar el tópico de la improvisación en la música podría referirse una vez más a la exposición de visiones desde la música misma y sus concernientes tecnicismos. Y no digo con esto que sea menos relevante y necesario…..por cierto jamás terminaremos de agregar algo a este respecto, o al menos así lo espero.


Sin embargo en esta ocasión me detendré sobre una perspectiva ante la cual me declaro más dispuesto a deambular denodadamente que a establecer conclusiones. Y a pesar de lo tajante que pueda parecer; el impulso viene más bien de una necesidad de establecer algún punto de partida.


Uno de las bastiones más defendidos de los sistemas asociados a las producción artístico-musical dice relación con la necesidad de poder contar con una reproductibilidad de las obras de manera que estas puedan en todo momento ser referenciadas. Dicho de otra manera, el paradigma de identidad por clonación de si misma, la valoración a partir de una exactitud higiénica de las obras llevadas a su grado máximo en la confección de un registro que nos permita contar per-secula con la inalterabilidad de un campo que por definición propia esta en constante cambio. Una obra debe no sólo parecerse a si misma sino que debe ser la misma como casi un mandato ontológico, para que de esta forma pueda asegurar esa mentada estabilidad del sistema, la inalterabilidad de un compuesto social, político, creencial, religioso….en fin todo lo que se quiera, reafirmado en sus obras musicales.


Y es en este punto donde radica la mayor astucia de un sistema que se pretende infranqueablemente no modificable, cuando logra momificar aquello que, paradojalmente, más preciadamente guarda como susceptible de transformación…..pero al interior de un redil que no haga imaginar que verdaderos cambios son posibles y que la realidad es mutable.


Efectivamente, por esto la improvisación libre puede llegar a ser tan molesta. Pues no es asible, siempre cambiante, siempre ella y nunca igual a ella, objeto no transable, su verdadera cara esta solamente en el acto intimo de un contacto directo con su realización…..obligando al espectador a la asistencia a un lugar colectivo, al encuentro con otro espectador y con el músico que la hace, con la constatación de la no inmutabilidad de la música y de la realidad misma. Mas aún, un encuentro con la duda las perspectivas siempre en movimiento como un móvil de Calder, obliga al auditor a pararse una y otra vez desde un lugar cada vez distinto de la habitación. Y por supuesto, el objeto de cambio utilizado por las redes de poder y control de conciencia desaparece peligrosamente. La improvisación no es igual a otra no se la puede utilizar como un producto serial por tanto escapa jabonosamente a los objetivos de las redes de ciertas asociaciones que se benefician acuñando un sistema de clonación que incentiva una manufactura de una música siempre igual si misma. Pues de esa manera convenientemente se la puede utilizar como objeto de usufructo y control…..pero obviamente revestida de objetivos de defensa de derechos autorales.


La constatación misma de que en una puesta en escena de música improvisada jamás exista garantías de resultados y que el sentido mismo de “resultado” se hace sospechoso; el efecto de la pérdida del miedo al error y su consecuente aceptación real no sólo como plausible sino por sobre todo como un generador eventual de acción descubridora: genera un acuerdo tácito ente espectador e improvisador basado en el abandono como entrega convirtiendo la fragilidad en fuerza creadora, ajeno a todo aquello que no transcurra en ese espacio y tiempo. Por de pronto, esto lleva entre otras cosas a borrar el límite entre músico y espectador permitiendo estar el uno en el accionar del otro……sin expectativas. Pero claro, esto es contrario a un sistema mercantil de transas en el que lo menos importante es que estés ahí y ahora.